sábado, 25 de abril de 2009

Catulo 22

El Suffeno ese, Varo, a quien conocés perfectamente bien, es un hombre encantador y mordaz y urbano y además escribe muchísimos versos. Yo pienso que mil o diez mil o muchos más tiene escritos, y no transmitidos, en un palimpsesto, tal como se suele hacer: hojas regias, libros nuevos , nuevos cilindros, correas rojas de pergamino, todas enderezado con plomo y emparejado con piedra pómez.

Cuando los leas, ese Suffeno encantador y urbano parecerá por el contrario un ordeñador de cabras, un cavador de tumbas: tanto repugna y cambia. ¿Qué podríamos pensar que es esto? Quien hace poco parecía fino, si existe algo más banal que eso, es más inculto que un campo inculto, ni bien apenas toca los poemas; y él mismo nunca es tan feliz como cuando escribe un poema: tanto se regocija en sí y tanto él se admira a sí mismo .

Evidentemente de la misa manera todos nos engañamos, y no existe ninguno a quien, en algún sentido, no puedas ver como a un Suffeno. A cada cual se le ha atribuido su propio error, pero no vemos lo que hay en la alforja que llevamos en la espalda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario